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Republicanismo en clave socialista. El horizonte de la fraternidad

¿Cómo hacer frente a unas derechas que se deslizan hacia la ultraderecha para que el neofascismo no les coma el terreno? Es decir, ¿cómo frenar, y derrotar, al nuevo fascismo social que va tomando cuerpo y creciendo en sociedades atemorizadas, segmentadas, incrédulas ya para tragarse el globalismo, como esa ideología de la globalización cual variante del mejor de los mundos posibles, que denunció Ulrich Beck antes de abandonarnos? El populismo y sus lógicas tienen hoy raíces en los miedos que a muchos invaden, en las desigualdades sin perspectivas de superación, en el atomismo individualista sin coberturas comunitarias…

Pero es tan equívoco en sus propuestas que, bajo el rótulo de populistas, ellas tanto se vocean por la derecha como se articulan por la izquierda. Y hay razones para pensar que el invento populista, en definitiva, corre a favor de la derecha, pues difícilmente la izquierda le ganará a ésta en ese terreno. Y el problema, en definitiva, es que los individuos vean sus vidas cada vez más dañadas -¡con qué acierto lo expresó Adorno!- y la sociedad, sus dinámicas cada vez más entregadas, desde la impotencia política, a los poderes del mercado.

Si tal panorama es el que ha llevado a considerar el republicanismo como la vía contrapuesta al populismo para generar alternativas políticas a la situación existente, conviene igualmente perfilar ese republicanismo para sacarlo del secuestro al que también lo sometieron las derechas –por ejemplo, en Francia, como Rancière lo puso de relieve en su Odio a la democracia-, así como argumentar a favor del mismo haciendo ver las razones que avalan esa apuesta, incluso frente a quienes abogan por un “populismo republicano”, forzando una síntesis de difícil sostenimiento –lo intenta el profesor Fernández Liria-.

Si el populismo trata de implementar una transversalidad que aglutine a los “plebeyos” para que conformen “pueblo” –constituyendo con ello, un tanto adánicamente, lo político-, dejando de lado los conflictos sociales para decantarlos en torno a la visión dicotómica entre “los de arriba” y “los de abajo”, utilizando diversas denominaciones, pero sin que eso evite que a la postre “los de arriba” se reubiquen controlando el movimiento; si la lógica populista implica la pretensión de construir una nueva hegemonía sociopolítica en base a la articulación de las demandas susceptibles de integrarse en una estrategia de equivalencias entre ellas, como propone el argentino Ernesto Laclau; y si la política populista supone una potenciación extrema del liderazgo, para que un hiperliderazgo personalista dé lugar a la identificación emocional que adscriba a los individuos a una mayoría cualificada como comunidad, que a la postre no es sino nacional…; si todo ello es así, el republicanismo ofrece vías distintas para resolver los problemas que con tales premisas se quieren abordar.

Actualización de la herencia republicana

El republicanismo conlleva la consideración del pluralismo como un hecho irrebasable, incluyendo la conflictividad social como realidad no sólo constitutiva de lo político –Maquiavelo acentuaba eso precisamente-, sino en el origen de una democracia consciente de que su tarea es encauzarla, sabiendo que es falsa ilusión una sociedad plenamente reconciliada. Consonante con el pluralismo es llevar la pluralidad a las estructuras de poder mismas, es decir, conformando una institucionalización de lo político con división de poderes, lo cual es condición indispensable para que haya “gobierno de leyes” y no “de hombres”, esto es, ejercicio del poder que no sea arbitrario.

La tradición republicana moderna piensa más en conjugar esa pluralidad que en una política según parámetros de hegemonía; por ello es proclive a alianzas múltiples y no a una hegemonía política que siempre puede derivar a reediciones de política como dominio, lo cual contradice la concepción republicana, ensalzada por Pettit, de la libertad como no dominación –y no sólo como no interferencia en la vida privada de los individuos-. Pluralismo y política posthegemónica, vistos desde hoy, exigen liderazgos democráticos en clave republicana, sostenidos por una ciudadanía adulta, crítica y participativa, que rechaza los excesos personalistas que tanto se ven alentados en la “sociedad del espectáculo” recreada por la cultura digital.

Un republicanismo actualizado retoma con convicción lo que Habermas, por ejemplo, clarificó de forma nítida: la soberanía en que se apoya la legitimidad del poder político, y que de una forma u otra remite a una comunidad, hasta ahora entendida como nación, es cooriginaria con los derechos humanos de los individuos constituidos en ciudadanos y ciudadanas justamente como sujetos de derechos en la comunidad política que los reconoce –no los funda, aunque sí los asume como derechos fundamentales-. Si así nos llega, al menos, desde Rousseau y Kant, tal herencia republicana en la que va recogido el núcleo del liberalismo político originario, es legado irrenunciable de un republicanismo que se autocomprende como radicalización de la democracia –punto que el mismo Laclau, por su parte, deja subrayado, siendo elemento especialmente valioso del libro Hegemonía y estrategia socialista, cuya autoría comparte con Chantal Mouffe-.

Pensando como simultáneas, en la fundamentación y en su despliegue político, soberanía y derechos de los individuos –a la postre, sin mitificaciones nacionalistas ni idolatría del Estado, y con un concepto laico de soberanía, se puede coincidir con Luigi Ferrajoli en que es en los individuos como sujetos políticos donde radica el “resto” de soberanía que efectivamente se puede hacer valer democráticamente-, es como cabe mantener vivo el legado republicano que desde 1789 nos viene dado con el lema “libertad, igualdad y fraternidad”.

 

https://www.cuartopoder.es/ideas/2018/10/05/republicanismo-en-clave-socialista-el-horizonte-de-la-fraternidad/

  • Nov. 30, 2018, 12:34 p.m.

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