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¿Hasta cuándo la guerra?

¿Hasta cuándo la guerra?

Frente al nuevo reparto imperialista en Europa y el mundo

 

 Los primeros mandatarios de Occidente han tomado como parte de sus respectivas campañas de imagen -que forma parte de sus planes políticos y económico-, la visita oficial a Kiev, capital de Ucrania. En los últimos días, cuando se cumple un año de guerra, se han paseado con las autoridades ucranianas, y con Zelenski en particular, el presidente norteamericano, la primera ministra italiana, y ayer mismo el Presidente del Gobierno español. La propaganda militarista es tan antigua como la misma guerra.

Tanto los partidarios descarados de la guerra como quienes afirman estar obligados a defenderse de agresiones determinadas, presentan a los contrarios como únicos responsables del desastre humanitario, sin querer entender el contexto, los  intereses en juego y las mismas contradicciones  que han conducido a esta situación. En la reciente historia de Ucrania y Rusia se encuentran los puntos de partida de la guerra que nadie quiere reconocer. El golpe procapitalista contra la URSS de 1991 abre un periodo de enfrentamiento entre pueblos que estuvieron vinculados por la propiedad social; propiedad que ya sufría las consiguientes deformaciones burocráticas por una casta política que impedía la participación democrática de la mayoría social en los asuntos de gobierno. La ofensiva capitalista contra las conquistas de la antigua URSS fue una auténtica guerra contra las conquistas históricas de los trabajadores y pueblos, que tomó formas mediante conflictos que se han arrastrado hasta el golpe de los EEUU contra el Gobierno ucraniano en 2014.

La disolución de la URSS que comienza en 1991 desarticula las relaciones económicas y políticas de todas sus componentes nacionales en único beneficio de la apropiación privada de los amos del mundo. Fue entonces cuando territorios como Crimea y las regiones del Donbass, habitadas por población de origen ruso, comenzaron a sufrir todo tipo de agresiones económicas y de represión. Una brutal reconversión industrial y minera destruyó buena parte de las formas de vida y trabajo de la población. La transición al capitalismo impulsada desde el exterior por los amos del mundo se transformó en una verdadera catástrofe social. Recordemos que el Producto Interior Bruto de la URSS cayó en poco tiempo el 20%, la producción industrial sufrió una verdadera quiebra reduciéndose en un 50%, la pobreza aumentó en un 40%.

La cumbre de Budapest de 2008 propone integrar Ucrania en la OTAN, cuando desde la reunificación alemana los EEUU buscaron cómo ir más allá en sus negocios en el Este. Y el anuncio de la entrada de Ucrania en la OTAN y en la Unión Europea, es la gota que desborda el vaso de la situación. Los EEUU no podían soportar las nuevas relaciones económicas que se establecieron entre la Federación Rusa y Alemania, y con la mayor parte de Europa, a través de la compra-venta de gas, petróleo y materias primas esenciales para la industria y la agricultura. Por ello, la guerra económica y comercial, las sanciones contra Rusia, han jugado un papel fundamental en la construcción de un escenario de guerra internacional.

Desde luego que la Federación Rusa de Putin y de los oligarcas privatizadores no representaban amenaza alguna para Europa. Digamos, por contra, que sus economías, y por tanto sus intereses, eran complementarias, ya que no competían en lo fundamental, frente a la hegemonía internacional norteamericana. Los EEUU se aprovechan en este sentido de que Europa no tiene una política exterior propia, de no ser una verdadera Unión, y que además carece de la capacidad militar propia para ser un rival de la Federación Rusa. Europa se ha convertido, con la guerra de Ucrania, en la lanza y escudo de los intereses norteamericanos de dominación mundial contra Rusia, y de otra parte contra China, repercutiendo en importantes retrocesos en Europa.    

Los jerarcas rusos y ucranianos, que son quienes gobiernan en sus respectivos países, proceden de un fondo político común que es el de la casta burocrática y usurpadora que no se conformó con ser gestora interesada en el control político y económico, sino que apostó por la vuelta al capitalismo, pasando de burócratas a jerarcas en medio del apoyo de las principales potencias capitalistas y de los EEUU.  Cuando se dice que la invasión rusa de Ucrania de hace ahora un año no es sino la continuidad de los conflictos de Donbass, se dice parte de la verdad. Se oculta que el origen histórico de dichos conflictos estuvo situado en la misma desintegración de la URSS, y en el saqueo entonces iniciado por fracciones de la misma burocracia, restauracionistas del capitalismo, apropiándose de bienes sociales y producciones fundamentales mediante la privatización generalizada.

La guerra no declarada en ningún momento, tal y como se está desarrollando, se ha convertido en una palanca de grandes beneficios para sectores energéticos y de fabricación de armamentos, y de crisis para las rentas del trabajo en la medida que pierden porcentajes importantes de la capacidad de compra, acosados  por  la inflación. Los valores que las grandes potencias han impuesto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, los de la “democracia” capitalista y del “libre mercado”, no son combatidos en ningún caso por la autocracia rusa. Pero los efectos inmediatos de la guerra son el empobrecimiento de la humanidad, con un fuerte descenso del nivel de vida, al que responden los sectores obreros y sindicales con movilizaciones y huelgas, exigiendo aumentos salariales con los que hacer frente a la subida de los precios, y en primer lugar los precios de la cesta de la compra.

Uno de los engaños que no dejan de propagarse como alimento de la guerra es el de la “lucha por la democracia”. Ambos bandos hablan de combatir el nazismo, y se acusan de vínculos con la extrema derecha internacional; pero tanto en Ucrania como en Rusia se reprime oficialmente la disidencia política y, sobre todo, se reprime a quienes se oponen de forma organizada a la guerra.

Lo que está en juego en la guerra de Ucrania es, ante todo,  el dominio mundial que EEUU pretende mantener a toda costa. Dentro de cada país, y en general, la guerra no viene sino a fortalecer los grupos políticos más reaccionarios. Tanto para la burguesía como para los trabajadores funciona aquello de “el enemigo fundamental está dentro del propio país”. Para la burguesía española y sus representantes, el enemigo está en quienes demandan aumentos salariales y de las pensiones, exigiendo derechos democráticos contra las leyes mordaza; el enemigo de la burguesía españolista está centrado también en quienes defienden las demandas democráticas del derecho a decidir, basado en el ejercicio del derecho de autodeterminación nacional. Para los trabajadores y pueblos de España el enemigo se enriquece en las principales empresas y bancos que parasitan de los fondos públicos, tal y como sucede ahora con los fondos europeos, que se reparten entre las familias propietarias de todo, en medio de las colas del paro y de la precariedad. Y no pueden dejar de combatir las formas políticas e institucionales que toma esa minoría, la forma monárquica y reaccionaria de Estado, levantando la bandera de la República y de la Asamblea Constituyente.

Desde la exigencia de libertad para Assange y Pablo González, a la participación en la movilización social en defensa de los salarios y pensiones, se puede y se debe combatir la guerra, por un acuerdo inmediato de paz que acabe con el gran negocio de los amos del mundo y señores de la guerra.     

espacio independiente

  • Feb. 23, 2023, 2:19 p.m.

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